UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL
“FRANCISCO MORAZÁN”
Modelos literarios:
Cuento Primer
Período
Lic. José Alberto Díaz
Nombre.
_REINA______________________________________________________Fecha: 08 /05/ 2012
TIPO
ENSAYO Valor 25% (5% c/u)
Instrucciones:
conteste cada una de las interrogantes con argumentación válida, de forma
coherente y con ilación temática.
1-
¿Por
qué se facilitó la épica a los escritores de la Edad Media? Tres argumentos
como mínimo
Porque durante ese
tiempo hubieron guerras por posición de tierra
Porque marco su inicio la caída del imperio romano y del
imperio bizantino y que coincide con la invención
de la imprenta y el fin de guerra de los años.
Porque ese tiempo la
edad media se dividió en dos periodos la alta y la baja con hecho enmarcados
hechos importantes.
2-
¿Cuál
es la diferencia entre El Mío Cid y Conde Lucanor? Cuatro argumentos como mínimo
Que EL MIO CID que es un cantar de
sesta anónima que relata hazañas heroica
EL CANTAR MIO CID es la épica
francesa en la ausencia de elementos sobre natural
El conde Lucanor esta formado con fabulas y
dejándonos una enseñanza en forma de forma
de
moraleja
El Mío Cid esta estructurado por
tres partes y el conde Lucanor por 52 fabulas.
3-
¿Cuál
es la impresión dejada por La Divina Comedia?
La divina comedia es
misteriosa por los momentos que se habla en su escrito y se ha visto en nuestra
realidad con reflexiones de personas que hablan del infierno y del cielo
4-
Con
la ayuda de los cuentos de El Decamerón, ¿qué hacen de Giovanni Boccaccio un
humanista? Lo hacen un humanista por la dimensión de su escrito libre
involucrando temas relacionado con el humano sexual ect.
5-
Tomando
en cuenta lo analizado en clase y con la ayuda de los cuentos leídos, ¿cuál es
el movimiento fuerte en Guy de Maupassant?
El movimiento
naturalista porque habla de temas como la prostitución porque se da el libre
albrerio.
TIPO PRÁCTICO Valor 25% (6.25% c/u)
Instrucciones:
realice lo que se le solicita.
1-
A
los sucesivos cuentos extraerles lo siguiente:
Temática,
tipo de narrador, personajes, Planteamiento, nudo, desenlace, diálogo,
descripción, tiempo externo e interno, espacio físico, psicológico y social.
CUENTO DE LA OBRA “EL
CONDE LUCANOR”
Lo que sucedió a un
rey con los burladores que hicieron el paño
Otra vez le dijo el
Conde Lucanor a su consejero Patronio:
-Patronio, un hombre
me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para mí; pero
me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo tenga en
ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi hacienda y
mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro claro
entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego que
me digáis vuestra opinión sobre este asunto.
-Señor Conde Lucanor
-dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este negocio,
me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que
llegaron a palacio.
Y el conde le
preguntó lo que había pasado.
-Señor conde -dijo
Patronio-, tres pícaros fueron a palacio y dijeron al rey que eran excelentes
tejedores, y le contaron cómo su mayor habilidad era hacer un paño que sólo
podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que
dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba
por padre suyo.
»Esto le pareció muy
bien al rey, pues por aquel medio sabría quiénes eran hijos verdaderos de sus
padres y quiénes no, para, de esta manera, quedarse él con sus bienes, porque
los moros no heredan a sus padres si no son verdaderamente sus hijos. Con esta
intención, les mandó dar una sala grande para que hiciesen aquella tela.
»Los pícaros pidieron
al rey que les mandase encerrar en aquel salón hasta que terminaran su labor y,
de esta manera, se vería que no había engaño en cuanto proponían. Esto también
agradó mucho al rey, que les dio oro, y plata, y seda, y cuanto fue necesario
para tejer la tela. Y después quedaron encerrados en aquel salón.
»Ellos montaron sus
telares y simulaban estar muchas horas tejiendo. Pasados varios días, fue uno
de ellos a decir al rey que ya habían empezado la tela y que era muy hermosa;
también le explicó con qué figuras y labores la estaban haciendo, y le pidió
que fuese a verla él solo, sin compañía de ningún consejero. Al rey le agradó
mucho todo esto.
»El rey, para hacer
la prueba antes en otra persona, envió a un criado suyo, sin pedirle que le
dijera la verdad. Cuando el servidor vio a los tejedores y les oyó comentar
entre ellos las virtudes de la tela, no se atrevió a decir que no la veía. Y así,
cuando volvió a palacio, dijo al rey que la había visto. El rey mandó después a
otro servidor, que afamó también haber visto la tela.
»Cuando todos los
enviados del rey le aseguraron haber visto el paño, el rey fue a verlo. Entró
en la sala y vio a los falsos tejedores hacer como si trabajasen, mientras le
decían: «Mirad esta labor. ¿Os place esta historia? Mirad el dibujo y apreciad
la variedad de los colores». Y aunque los tres se mostraban de acuerdo en lo
que decían, la verdad es que no habían tejido tela alguna. Cuando el rey los
vio tejer y decir cómo era la tela, que otros ya habían visto, se tuvo por
muerto, pues pensó que él no la veía porque no era hijo del rey, su padre, y
por eso no podía ver el paño, y temió que, si lo decía, perdería el reino.
Obligado por ese temor, alabó mucho la tela y aprendió muy bien todos los
detalles que los tejedores le habían mostrado. Cuando volvió a palacio, comentó
a sus cortesanos las excelencias y primores de aquella tela y les explicó los
dibujos e historias que había en ella, pero les ocultó todas sus sospechas.
»A los pocos días, y
para que viera la tela, el rey envió a su gobernador, al que le había contado
las excelencias y maravillas que tenía el paño. Llegó el gobernador y vio a los
pícaros tejer y explicar las figuras y labores que tenía la tela, pero, como él
no las veía, y recordaba que el rey las había visto, juzgó no ser hijo de quien
creía su padre y pensó que, si alguien lo supiese, perdería honra y cargos. Con
este temor, alabó mucho la tela, tanto o más que el propio rey.
»Cuando el gobernador
le dijo al rey que había visto la tela y le alabó todos sus detalles y
excelencias, el monarca se sintió muy desdichado, pues ya no le cabía duda de
que no era hijo del rey a quien había sucedido en el trono. Por este motivo,
comenzó a alabar la calidad y belleza de la tela y la destreza de aquellos que
la habían tejido.
»Al día siguiente
envió el rey a su valido, y le ocurrió lo mismo. ¿Qué más os diré? De esta
manera, y por temor a la deshonra, fueron engañados el rey y todos sus
vasallos, pues ninguno osaba decir que no veía la tela.
»Así siguió este
asunto hasta que llegaron las fiestas mayores y pidieron al rey que vistiese
aquellos paños para la ocasión. Los tres pícaros trajeron la tela envuelta en
una sábana de lino, hicieron como si la desenvolviesen y, después, preguntaron
al rey qué clase de vestidura deseaba. El rey les indicó el traje que quería.
Ellos le tomaron medidas y, después, hicieron como si cortasen la tela y la
estuvieran cosiendo.
»Cuando llegó el día
de la fiesta, los tejedores le trajeron al rey la tela cortada y cosida,
haciéndole creer que lo vestían y le alisaban los pliegues. Al terminar, el rey
pensó que ya estaba vestido, sin atreverse a decir que él no veía la tela.
»Y vestido de esta
forma, es decir, totalmente desnudo, montó a caballo para recorrer la ciudad;
por suerte, era verano y el rey no padeció el frío.
»Todas las gentes lo
vieron desnudo y, como sabían que el que no viera la tela era por no ser hijo
de su padre, creyendo cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí, por
miedo a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió a
descubrir aquel secreto. Pero un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra
que perder, se acercó al rey y le dijo: «Señor, a mí me da lo mismo que me
tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo
soy ciego, o vais desnudo».
»El rey comenzó a
insultarlo, diciendo que, como él no era hijo de su padre, no podía ver la
tela.
»Al decir esto el
negro, otro que lo oyó dijo lo mismo, y así lo fueron diciendo hasta que el rey
y todos los demás perdieron el miedo a reconocer que era la verdad; y así
comprendieron el engaño que los pícaros les habían hecho. Y cuando fueron a
buscarlos, no los encontraron, pues se habían ido con lo que habían estafado al
rey gracias a este engaño.
»Así, vos, señor
Conde Lucanor, como aquel hombre os pide que ninguna persona de vuestra
confianza sepa lo que os propone, estad seguro de que piensa engañaros, pues debéis
comprender que no tiene motivos para buscar vuestro provecho, ya que apenas os
conoce, mientras que, quienes han vivido con vos, siempre procurarán serviros y
favoreceros.
El conde pensó que
era un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.
Viendo don Juan que
este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro y compuso estos versos
que dicen así: A quien te aconseja encubrir de tus amigos
más le gusta engañarte que los higos.
más le gusta engañarte que los higos.
FIN
Temática
La
verdad
El
egoísmo
La
vergüenza
Tipo
de narrador personajes
Don
Juan Petronio rey moro los vasallos el gobernador
Nudo
Que
los tejedores le dijeron al rey que eran
hijos del que creían ver su padre ver la tela y era mentira
Desenlace
Se
da el día de la fiesta y el rey le desnudo y nadie se atrevía a decirle hasta
que un negro le dijo que andaba desnudo y no se daba cuenta y lo aceptaron
Diálogo
Se
da entre el conde Lucanor y el consejero Petronio
-Patronio, un hombre
me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para mí; pero
me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo tenga en
ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi hacienda y
mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro claro
entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego que
me digáis vuestra opinión sobre este asunto.
-Señor Conde Lucanor
-dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este negocio,
me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que
llegaron a palacio.
Y el conde le
preguntó lo que había pasado.
Descripción
Cuando llegó el día
de la fiesta, los tejedores le trajeron al rey la tela cortada y cosida,
haciéndole creer que lo vestían y le alisaban los pliegues. Al terminar, el rey
pensó que ya estaba vestido, sin atreverse a decir que él no veía la tela.
»Y vestido de esta
forma, es decir, totalmente desnudo, montó a caballo para recorrer la ciudad;
por suerte, era verano y el rey no padeció el frío.
Tiempo
externo e interno,
Ano
1335 d.c dos semana por lo menos
Espacio
físico,
Se
da ambienta agradable donde el rey vive en un palacio
Psicológico
y social. Rey moro representa la ignorancia sencillez y parte social es son las
cleses sociales que se dada en ese tiempo.
EL COCINERO CHICHIBIO
DE LA OBRA EL DECAMERÓN
Currado Gianfiglazzi
se distinguía en nuestra ciudad como hombre eminente, liberal y espléndido, y
viviendo vida hidalga, halló siempre placer en los perros y en los pájaros, por
no citar aquí otras de sus empresas de mayor monta. Pues bien; habiendo un día
este caballero cazado con un halcón suyo una grulla cerca de Perétola y
hallando que era tierna y bien cebada, se la mandó a su vecino, excelente
cocinero, llamado Chichibio, con orden de que se la asase y aderezase bien.
Chichibio, que era tan atolondrado como parecía, una vez aderezada la grulla,
la puso al fuego y empezó a asarla con todo esmero.
Estaba ya casi a
punto y despedía el más apetitoso olor el ave, cuando se presentó en la cocina
una aldeana llamada Brunetta, de la que el marmitón estaba perdidamente enamorado;
y percibiendo la intrusa el delicioso vaho y viendo la grulla, empezó a pedirle
con empeño a Chichibio que le diese un muslo de ella. Chichibio le contestó
canturreando:
-No la esperéis de
mí, Brunetta, no; no la esperéis de mí.
Con lo que Brunetta
irritada, saltó, diciendo:
-Pues te juro por
Dios que si no me lo das, de mí no has de conseguir nunca ni tanto así.
Cuanto más Chichibio
se esforzaba por desagraviarla. tanto más ella se encrespaba; así es que, al
fin, cediendo a su deseo de apaciguarla, separó un muslo del ave y se lo
ofreció.
Luego, cuando les fue
servida a Currado y a ciertos invitados, advirtió aquel la falta y extrañándose
de ello hizo llamar a Chichibio y le preguntó qué había sido del muslo de la
grulla. A lo que el trapacero del veneciano contestó en el acto, sin atascarse:
-Las grullas, señor,
no tienen más que una pata y un muslo.
Amoscado entonces
Currado, opuso:
-¿Cómo diablos dices
que no tienen más que un muslo? ¿Crees que no he visto más grullas que ésta?
-Y, sin embargo,
señor, así es, como yo os digo; y, si no, cuando gustéis os lo demostraré
con grullas vivas -arguyó Chichibio.
Currado no quiso
enconar más la polémica, por consideración a los invitados que presentes se
hallaban, pero le dijo:
-Puesto que tan
seguro estás de hacérmelo ver a lo vivo -cosa que yo jamás había reparado
ni oído a nadie- mañana mismo, yo dispuesto estoy. Pero por Cristo vivo te juro
que si la cosa no fuese como dices, te haré dar tal paliza que mientras vivas hayas
de acordarte de mi nombre.
Terminada con esto la
plática por aquel día, al amanecer de la mañana siguiente, Currado, a quien el
descanso no había despejado el enfado, se levantó cejijunto, y ordenando que le
aparejasen los caballos, hizo montar a Chichibio en un jamelgo y se encaminó a
la orilla de una albufera, en la que solían verse siempre grullas al despuntar
el día.
-Pronto vamos a ver
quién de los dos ha mentido ayer, si tú o yo -le dijo al cocinero.
Chichibio, viendo que
todavía le duraba el resentimiento al caballero y que le iba mucho a él en
probar que las grullas sólo tenían una pata, no sabiendo cómo salir del
aprieto, cabalgaba junto a Currado más muerto que vivo, y de buena gana hubiera
puesto pies en polvorosa si le hubiese sido posible; mas, como no podía, no
hacía sino mirar a todos lados, y cosa que divisaba, cosa que se le antojaba
una grulla en dos pies.
Llegado que hubieron
a la albufera, su ojo vigilante divisó antes que nadie una bandada de lo menos
doce grullas, todas sobre un pié, como suelen estar cuando duermen.
Contentísimo del hallazgo, asió la ocasión por los pelos y, dirigiéndose a
Currado, le dijo:
-Bien claro podéis
ver, señor, cuán verdad era lo que ayer os dije, cuando aseguré que las
grullas no tienen más que una pata: basta que miréis aquéllas.
-Espera que yo te
haré ver que tienen dos -repuso Currado al verlas. Y, acercándoseles algo
más, gritó-: ¡Jojó!
Con lo que las
grullas, alarmadas, sacando el otro pie, emprendieron la fuga. Entonces Currado
dijo, dirigiéndose a Chichibio:
-¿Y qué dices ahora,
tragón? ¿Tienen, o no, dos patas las grullas?
Chichibio,
despavorido, no sabiendo en dónde meterse ya, contestó:
-Verdad es, señor,
pero no me negaréis que a la grulla de ayer no le habéis gritado ¡Jojó!, que si
lo hubierais hecho, seguramente habría sacado la pata y el muslo como éstas han
hecho.
A Currado le hizo
tanta gracia la respuesta que todo su resentimiento se le fue en risas, y dijo:
-Tienes razón,
Chichibio: eso es lo que debí haber hecho.
Y así fue como
gracias a su viva y divertida respuesta, consiguió el cocinero salvarse de la
tormenta y hacer las paces con su señor.
FIN
Temática
La astucia la mentira la desperacion
Tipo de narrador
Currado Gianfiglazzi
Brunetta
Chichibio
Planteamiento
Nudo
Se
da cuando chichibio le pide a brunetta
que le de un muslo de la grulla pero este como esta enamorado de ella se
lo da si que le perteneciera a el.
LA MUERTA DE GUY DE
MAUPASSANT
La había amado
desesperadamente! ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el mundo,
tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo
nombre en los labios... un nombre que asciende continuamente, como el agua de
un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que
se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como
una plegaria.
Voy a contarles
nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La
conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos
tan absolutamente envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella,
que no me importaba ya si era de día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en
este nuestro antiguo mundo.
Y luego ella murió.
¿Cómo? No lo sé; hace tiempo que no sé nada. Pero una noche llegó a casa muy
mojada, porque estaba lloviendo intensamente, y al día siguiente tosía, y tosió
durante una semana, y tuvo que guardar cama. No recuerdo ahora lo que ocurrió,
pero los médicos llegaron, escribieron y se marcharon. Se compraron medicinas,
y algunas mujeres se las hicieron beber. Sus manos estaban muy calientes, sus
sienes ardían y sus ojos estaban brillantes y tristes. Cuando yo le hablaba me
contestaba, pero no recuerdo lo que decíamos. ¡Lo he olvidado todo, todo, todo!
Ella murió, y recuerdo perfectamente su leve, débil suspiro. La enfermera dijo:
"¡Ah!" ¡y yo comprendí!¡Y yo comprendí!
Me consultaron acerca
del entierro pero no recuerdo nada de lo que dijeron, aunque sí recuerdo el
ataúd y el sonido del martillo cuando clavaban la tapa, encerrándola a ella
dentro. ¡Oh! ¡Dios mío!¡Dios mío!
¡Ella estaba
enterrada! ¡Enterrada! ¡Ella! ¡En aquel agujero! Vinieron algunas personas...
mujeres amigas. Me marché de allí corriendo. Corrí y luego anduve a través de
las calles, regresé a casa y al día siguiente emprendí un viaje.
*
Ayer regresé a París,
y cuando vi de nuevo mi habitación -nuestra habitación, nuestra cama, nuestros
muebles, todo lo que queda de la vida de un ser humano después de su muerte-,
me invadió tal oleada de nostalgia y de pesar, que sentí deseos de abrir la
ventana y de arrojarme a la calle. No podía permanecer ya entre aquellas cosas,
entre aquellas paredes que la habían encerrado y la habían cobijado, que
conservaban un millar de átomos de ella, de su piel y de su aliento, en sus
imperceptibles grietas. Cogí mi sombrero para marcharme, y antes de llegar a la
puerta pasé junto al gran espejo del vestíbulo, el espejo que ella había
colocado allí para poder contemplarse todos los días de la cabeza a los pies,
en el momento de salir, para ver si lo que llevaba le caía bien, y era lindo,
desde sus pequeños zapatos hasta su sombrero.
Me detuve delante de
aquel espejo en el cual se había contemplado ella tantas veces... tantas veces,
tantas veces, que el espejo tendría que haber conservado su imagen. Estaba allí
de pie, temblando, con los ojos clavados en el cristal -en aquel liso, enorme,
vacío cristal- que la había contenido por entero y la había poseído tanto como
yo, tanto como mis apasionadas miradas. Sentí como si amara a aquel cristal. Lo
toqué; estaba frío. ¡Oh, el recuerdo! ¡Triste espejo, ardiente espejo, horrible
espejo, que haces sufrir tales tormentos a los hombres! ¡Dichoso el hombre cuyo
corazón olvida todo lo que ha contenido, todo lo que ha pasado delante de él,
todo lo que se ha mirado a sí mismo en él o ha sido reflejado en su afecto, en
su amor! ¡Cuánto sufro!
Me marché sin
saberlo, sin desearlo, hacia el cementerio. Encontré su sencilla tumba, una
cruz de mármol blanco, con esta breve inscripción:
«Amó, fue amada y
murió.»
¡Ella está ahí
debajo, descompuesta! ¡Qué horrible! Sollocé con la frente apoyada en el suelo,
y permanecí allí mucho tiempo, mucho tiempo. Luego vi que estaba oscureciendo,
y un extraño y loco deseo, el deseo de un amante desesperado, me invadió. Deseé
pasar la noche, la última noche, llorando sobre su tumba. Pero podían verme y
echarme del cementerio. ¿Qué hacer? Buscando una solución, me puse en pie y
empecé a vagabundear por aquella ciudad de la muerte. Anduve y anduve. Qué
pequeña es esta ciudad comparada con la otra, la ciudad en la cual vivimos. Y,
sin embargo, no son muchos más numerosos los muertos que los vivos. Nosotros
necesitamos grandes casas, anchas calles y mucho espacio para las cuatro
generaciones que ven la luz del día al mismo tiempo, beber agua del manantial y
vino de las vides, y comer pan de las llanuras.
¡Y para todas estas
generaciones de los muertos, para todos los muertos que nos han precedido, aquí
no hay apenas nada, apenas nada! La tierra se los lleva, y el olvido los borra.
¡Adiós!
Al final del
cementerio, me di cuenta repentinamente de que estaba en la parte más antigua,
donde los que murieron hace tiempo están mezclados con la tierra, donde las
propias cruces están podridas, donde posiblemente enterrarán a los que lleguen
mañana. Está llena de rosales que nadie cuida, de altos y oscuros cipreses; un
triste y hermoso jardín alimentado con carne humana.
Yo estaba solo,
completamente solo. De modo que me acurruqué debajo de un árbol y me escondí
entre las frondosas y sombrías ramas. Esperé, agarrándome al tronco como un
náufrago se agarra a una tabla.
Cuando la luz diurna
desapareció del todo, abandoné el refugio y eché a andar suavemente,
lentamente, silenciosamente, hacia aquel terreno lleno de muertos. Anduve de un
lado para otro, pero no conseguí encontrar de nuevo la tumba de mi amada.
Avancé con los brazos extendidos, chocando contra las tumbas con mis manos, mis
pies, mis rodillas, mi pecho, incluso con mi cabeza, sin conseguir encontrarla.
Anduve a tientas como un ciego buscando su camino. Toqué las lápidas, las
cruces, las verjas de hierro, las coronas de metal y las coronas de flores
marchitas. Leí los nombres con mis dedos pasándolos por encima de las letras. ¡Qué
noche! ¡Qué noche! ¡Y no pude encontrarla!
No había luna. ¡Qué
noche! Estaba asustado, terriblemente asustado, en aquellos angostos senderos
entre dos hileras de tumbas. ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Sólo tumbas! A mi
derecha, a la izquierda, delante de mí, a mi alrededor, en todas partes había
tumbas. Me senté en una de ellas, ya que no podía seguir andando. Mis rodillas
empezaron a doblarse. ¡Pude oír los latidos de mi corazón! Y oí algo más. ¿Qué?
Un ruido confuso, indefinible. ¿Estaba el ruido en mi cabeza, en la
impenetrable noche, o debajo de la misteriosa tierra, la tierra sembrada de
cadáveres humanos? Miré a mi alrededor, pero no puedo decir cuánto tiempo
permanecí allí. Estaba paralizado de terror, helado de espanto, dispuesto a
morir.
Súbitamente, tuve la
impresión de que la losa de mármol sobre la cual estaba sentado se estaba
moviendo. Se estaba moviendo, desde luego, como si alguien tratara de
levantarla. Di un salto que me llevó hasta una tumba vecina, y vi, sí, vi
claramente cómo se levantaba la losa sobre la cual estaba sentado. Luego
apareció el muerto, un esqueleto desnudo, empujando la losa desde abajo con su
encorvada espalda. Lo vi claramente, a pesar de que la noche estaba oscura. En
la cruz pude leer:
«Aquí yace Jacques
Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Amó a su familia, fue
bueno y honrado y murió en la gracia de Dios.»
El muerto leyó
también lo que había escrito en la lápida. Luego cogió una piedra del sendero,
una piedra pequeña y puntiaguda, y empezó a rascar las letras con sumo cuidado.
Las borró lentamente, y con las cuencas de sus ojos contempló el lugar donde
habían estado grabadas. A continuación, con la punta del hueso de lo que había
sido su dedo índice, escribió en letras luminosas, como las líneas que los chiquillos
trazan en las paredes con una piedra de fósforo:
«Aquí yace Jacques
Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Mató a su padre a
disgustos, porque deseaba heredar su fortuna; torturó a su esposa, atormentó a
sus hijos, engañó a sus vecinos, robó todo lo que pudo y murió en pecado
mortal.»
Cuando hubo terminado
de escribir, el muerto se quedó inmóvil, contemplando su obra. Al mirar a mi
alrededor vi que todas las tumbas estaban abiertas, que todos los muertos
habían salido de ellas y que todos habían borrado las líneas que sus parientes
habían grabado en las lápidas, sustituyéndolas por la verdad. Y vi que todos
habían sido atormentadores de sus vecinos, maliciosos, deshonestos, hipócritas,
embusteros, ruines, calumniadores, envidiosos; que habían robado, engañado, y
habían cometido los peores delitos; aquellos buenos padres, aquellas fieles
esposas, aquellos hijos devotos, aquellas hijas castas, aquellos honrados
comerciantes, aquellos hombres y mujeres que fueron llamados irreprochables. Todos
ellos estaban escribiendo al mismo tiempo la verdad, la terrible y sagrada
verdad, la cual todo el mundo ignoraba, o fingía ignorar, mientras estaban
vivos.
Pensé que también
ella había escrito algo en su tumba. Y ahora, corriendo sin miedo entre los
ataúdes medio abiertos, entre los cadáveres y esqueletos, fui hacia ella,
convencido de que la encontraría inmediatamente. La reconocí al instante sin
ver su rostro, el cual estaba cubierto por un velo negro; y en la cruz de
mármol donde poco antes había leído:
«Amó, fue amada y
murió.»
Ahora leí:
«Habiendo salido un
día de lluvia para engañar a su amante, pilló una pulmonía y murió.»
Parece que me
encontraron al romper el día, tendido sobre la tumba, sin conocimiento.
FIN
Temática
Tipo de narrador
Personajes,
Planteamiento,
Nudo,
Desenlace,
Diálogo,
Descripción,
Tiempo
externo e interno,
Espacio
físico,
Psicológico
y social.